martes, 20 de noviembre de 2018

Regreso a Aix-en-Provence.

El fin de semana pasado, después de cinco años de ausencia, volví a visitar Aix-en-provence

Con la excusa de un cumpleaños en Marsella, decidimos hacer un alto en esta pequeña ciudad que forma parte de mi misma.
En Aix estudié gran parte de la carrera, conocí a los que aún hoy son mis mejores amigos y maduré hasta convertirme en la chica que escribe estas líneas.
Creo que cualquier lugar en el que se hayan vivido estas experiencias, se convierte en un sitio mágico, único a nuestros ojos; pero si a ello le sumamos la belleza de la pequeña capital de la Provenza...no hay palabras para describir la nostalgia que me envuelve cuando pienso en ella.

Place d'Albertas

Aix es una ciudad coqueta y elegante, pese al aspecto decadente que muestran las fachadas de algunos de sus edificios. Dicen los carteles que la publicitan, que Aix es ciudad de artes y de agua, y están en lo cierto (su propio nombre lo indica). No hay calle en Aix que no invoque al arte, que no inspire el ojo del artista; y sobre todo no hay calle en Aix que esté en completamente silenciosa, incluso a altas horas de la madrugada. Casi todas sus calles están colmadas del murmullo incesante de una fuente cercana. Las hay esculturales o sencillas, escondidas o ilustres, de agua fría o templada.


Mis preferidas: Fontaine des Quatre Dauphins y Fontaine des Trois Ormeaux.

Ahora, en estos días de noviembre, el sonido de lluvia se suma al de las fuentes dando un irresistible toque otoñal a las calles empedradas. En el suelo y en las copas de los árboles, se arremolinan las últimas hojas y, mientras camino sobre ellas, contemplándolo todo bajo mi paraguas, no puedo evitar mostrar una sonrisa en los labios y un punto de tristeza en la mirada. Qué se le va a hacer. Ciertos lugares ocupan parte importante de nuestro corazón. Guardan en cada una de sus calles, plazas y esquinas, tantos recuerdos y tantas vivencias, que es imposible no sentir al volver a ellos, una mezcla de alegría y congoja.
Nostalgia por los tiempos que fueron, por aquello que fuimos y por todo lo que aún permanece en nuestro corazón y en nuestra memoria. 


Viejas costumbres. Merendar en la Maison Weibel y pasear por
las calles de Aix hasta llegar al Cours Mirabeau.

Si un día tenéis la oportunidad de venir, intentad hacerlo en plena primavera, antes de que lleguen los sofocantes días del verano. El olor a lavanda, a hierbas de Provenza y a jabón os guiará hasta uno de los muchos mercados tradicionales. El de la Place Richelme, el del Hôtel de Ville y el de la Place des Prêcheurs son mis preferidos.

Comed una porción de pizza o una focaccia en el Pizza Capri de la Rue Fabrot y probad un crêpe de Crêpes a Go Go, bajo la Place de La Rotonde. En la mano, sentados en un banco del cours Mirabeau, como si fueseis estudiantes que penan por llegar a fin de mes. Cuántas veces lo he hecho yo con mis compañeras, mientras cargaba con un ramo de girasoles o margaritas comprados en el mercado. Un auto regalo semanal, que me valió el sobrenombre de la fille aux fleurs en la residencia universitaria.

Cuando estéis en Aix honrad a sus dos chicos ilustres. Uno, pintor visionario, acabaría revolucionando la historia de la pintura; el otro haría otro tanto con la literatura. El tiempo terminó por separarles, pero ambos fueron inseparables durante los días de primera juventud, entre el Collège Bourbon y las colinas del Pays d'Aix. Esa es la imagen que me gusta conservar de Paul Cézanne y Emile Zola. Dos maestros que aprendí a amar en Aix. 
Hoy una elegante brasserie del Cours Mirabeau lleva el nombre de Les deux Garçons en su honor. Es algo cara, pero bien merece la visita.


Rue des Bouquinistes Obscurs, la librería donde empezó mi relación con los libros
de ocasión y la Librairie Anglaise de Aix, donde me refugiaba con mi inseparable
amiga Stephanie.

Mientras paseaba por Aix, imaginaba el retrato que Zola hizo de ella en La fortuna de los Rougon (primer volumen de su serie Les Rougon-Macquart). Ahí estaban el Cours Mirabeau, principal arteria de la ciudad, en la que todo Aix se congregaba para ver y ser visto. El aristocrático Quartier Mazarin, situado al sur de la avenida. Y al norte, el barrio medieval con sus calles abigarradas y estrechas. 
Hoy, pocas cosas han cambiado y la ciudad sigue repartida entre estos tres mundos. 
Si podéis, leed La fortuna de los Rougon antes o durante vuestro viaje a Aix. Podéis comprar un ejemplar en una de las librerías de la ciudad, con la Librairie Goulard y Rue des Bouquinistes Obscurs a la cabeza (ambas fueron mi segundo hogar durante mis años en Aix). 

Comed calissons y rebanadas de pan con tapenade. Chocolate de Puyricard o pralinés de la Maison Weibel. Sentid la explosión de sabores de esta tierra provenzal, que tanto aúna de Francia y de Italia, en olores, en arte y en la forma de ver la vida.
Si vais hasta allí, disfrutad al máximo de la visita y, por favor, mandadle a la ciudad (por lo bajito) un saludo de parte mía.

Muy feliz semana a todos.