jueves, 9 de octubre de 2014

Londres me pertenece de Norman Collins

Ejemplar de ocasión que
voy a guardar como un tesoro
Echando la vista atrás, me doy cuenta del intenso paréntesis londinense en el que he vivido estas últimas semanas. Entre las lecturas pre-viaje, la estancia en Londres y los libros que traje de allí, casi ni soy plenamente consciente de haber vuelto a casa. Ando por las calles de camino a la Universidad o al supermercado y no puedo evitar mirar hacia arriba esperando ver la silueta de Saint Paul recortándose en el cielo.
¿Cogí aquel autobús en Marble Arch dirección Hampstead? ¿Paseé realmente por el Embankment al anochecer o todos esos momentos los viví únicamente a través de la ficción?

Me da la impresión de que los paseos ficticios han terminado por enlazarse con los reales, enriqueciéndo mi visión de Londres con mil matices. Quizá por eso miro ahora con tanto cariño todos estos libros que me han acompañado y lo han hecho posible:  Norman Collins y su Londres me pertenece, Jack London y El pueblo del abismo; y por encima de todos, los libros de Virginia Woolf: Noche y día, sus Diarios y la biografía que le dedica Alexandra Harris. 

¿Por donde podría empezar a contaros? ¡Se me agolpan tantas cosas en la cabeza que no quiero olvidar ninguna! Quizá sea buena idea empezar con el libro que me ha brindado la imagen más auténtica y entrañable de  los londinenses, la novela de Norman Collins.

Para situarnos, sobrevolemos a vista de pájaro la ciudad de Londres y detengámonos en la orilla derecha del Támesis. No es esta la parte más opulenta de la ciudad, y bajo la lluvia que cae en esa víspera de navidad de 1938, cuando empieza la acción, aún parece menos atractiva. Pero es aquí donde tenemos que detenernos, en el número 10 de Dulcimer Street, una calle tranquila del modesto barrio de Kennington.


Créditos de inicio de la adaptación
cinematográfica de la novela.
Es en esta finca de pisos de alquiler, dirigida con mano firme por Mrs.Vizzard, donde viven los protagonistas de Londres me pertenece: los Josser, un matrimonio de edad avanzada y su hija Doris, los Boon una señora viuda y su egocéntrico hijo Percy, Mr. Puddy un solterón que alivia las penas comiendo y Connie una excéntrica actriz que, ciertamente, ha conocido tiempos mejores.
Todos ellos son gentes humildes y llevan una vida bastante corriente. ¡Cualquiera diría que sus vidas fueran material de novela!  
Pero a veces,  las historias más emocionantes son las que nacen en el rellano de una escalera. En él pueden vivirse historias de amor, y errores de terribles consecuencias; en él pueden darse las más bellas pruebas de amistad, y crearse lazos de solidaridad capaces de enfrentar cualquier guerra.

En los albores de la II Guerra mundial estas son las vivencias de los habitantes del número 10 de Dulcimer Street. Héroes cotidianos a los que será muy fácil coger cariño y muy difícil olvidar.

Estoy casi segura de que cualquier persona que ame Londres disfrutará con creces de esta novela. Es muy sencillo, todo lo que constituye la esencia misma de la ciudad está presente entre sus páginas. 

Si, han cambiado los edificios y se ha multiplicado el trasiego de gente, algunos valores se han adaptado a los nuevos tiempos... pero aunque hayan pasado casi setenta años desde su publicación, Londres me pertenece podría estar describiendo escenas acaecidas esta misma mañana.  
Escenas londinenses de 1939. Las mismas que podrían haber protagonizado
los personajes de Norman Collins.
Hileras de londinenses siguen corriendo para llegar puntuales a sus oficinas de la City, los salones de té siguen sirviendo casi los mismos menús y las cafeterías donde comer algo a buen precio siguen abarrotándose a la hora punta (aunque antes reinasen los cafés Lyon's y hoy los Pret). 
Las compras en Regent street, los trabajadores ensimismados en el metro… 

Norman Collins conocía  a la perfección los elementos que caracterizaban y constituían la esencia de su ciudad, y los restituyó con maestría en esta novela-homenaje.
Del mismo modo, haciendo gala de esa misma capacidad de observación, minuciosa y humana, creó la galería de entrañables personajes que pueblan sus páginas.

Desde el mismo instante en que cruzamos nuestro camino con el de Mr Josser, cargado con su reloj, sus compras navideñas y abatido por su recién estrenada jubilación, queremos seguirle hacia donde quiera llevarnos. Él es quien nos introduce en Dulcimer street y alrededor suya, de su esposa y de su hija Doris, se irán urdiendo una serie de tramas sencillas con las que resulta muy fácil encariñarse. ¿Conseguirá Doris du independencia? Y Mr Josser, ¿volverá a sentirse útil algún día? ¿Saldrá bien parado Percy del terrible error que ha cometido? Y Connie, ¿sobrevivirá otro día con sus triquiñuelas? 


Momentos de oscuridad y de luz vividos en tiempos de guerra.
Todas estas pequeñas historias cotidianas, de aquel Londres de finales de los años 30 y principios de los 40, forman un precioso testimonio de historia viva, una verdadera postal animada de aquella época de luces y sombras. 
Junto a los protagonistas viviremos los primeros compases de la guerra que se acerca, las evacuaciones de los niños, los partes de la BBC a las ocho, la una, las seis y las nueve; el pánico de los primeros bombardeos…
A veces, los grandes acontecimientos históricos pueden resultar lejanos e impersonales, como si naciesen de ninguna parte y no estuviesen protagonizados por personas reales. Presidentes del gobierno, mandos militares, grandes intelectuales… resulta complicado hacerse una imagen concreta de sus personalidades y motivaciones.

Pero los temores, las alegrías y las esperanzas de los vecinos del número 10 de Dulcimer Street quedan perfectamente claras. Son las reacciones que, en tiempos de paz y de guerra, podríamos experimentar cualquiera de nosotros: los momentos entrañables de ayuda entre vecinos, el apoyo en los momentos más duros; son vivencias que nos interpelan y emocionan como si estuviésemos viviendolas en primera persona.
Esa es la magia de Londres me pertenece: es un libro tremendamente  humano; tanto, que cuando llega la parte más dramática, bajo los bombardeos que asolan la ciudad, no puedes evitar preguntarte si alguno de los personajes ha sufrido algún daño, casi con la misma inquietud que experimentarías si se tratase de un miembro de tu propia familia.

Los Josser, Doris y Bill en la adaptación
cinematográfica de la película. La podéis
ver completa aquí (aunque el argumento
sufre importantes cambios).
Este es exactamente el tipo de novela que a mi me hubiese gustado leer sobre mi ciudad, sobre mi calle y los vecinos que la habitaron y crecieron conmigo. Que alguien los hubiese fijado para siempre en el tiempo con tantísimo cariño.
Y es que no existe equívoco posible, Norman Collins amaba su ciudad y a sus gentes, cada una de las páginas de su novela así lo demuestran. 
Si queréis dar un paseo por Londres, no hace falta reservar ningún billete, solo tenéis que empezar por la primera página, Dulcimer Street os está esperando. 
Es una calle tranquila "que se extiende  desde Dove Street hasta el Swan Walk. Y en ella hay, ciertamente, casas muy hermosas".

Feliz miércoles y ¡muy felices lecturas a todos!

PD. Londres me pertenece ocupa el año 1945 en mi Century of books.