Ahora que vivo en una ciudad con metro me doy cuenta de que no es tan estupendo como creí en otros tiempos. Cuando vivía en Alicante me imaginabaa mi misma por Paris como una chica de la gran ciudad, que controlaba todas las líneas del suburbano, moviéndose de un lado a otro, dueña de la ciudad. Pero ahora que lo cojo a diario, pues como que ha perdido un poco el encanto. Ay que me empujan, ay que me chafan las puertas (en serio tengo pesadillas y todo de que un día se me quede atrapada una mano o una pierna en las puertas).
Pero si hay algo que me gusta del metro es que es un verdadero barómetro de lecturas. Si si, o al menos en el metro parisino; porque aquí la gente lee y bastante! El metro ha inspirado incluso en libro Métronome, l'histoire de France au rythme du métro parisien donde el autor repasa la historia de Francia utilizando como punto de partida las distintas paradas del metro (no me ha llamado a mi mucho la atención, pero bueno está original la idea). A mi lo que me gusta es ojear las portadas de los viajeros para ver que están leyendo. En su mayoría son ediciones de bolsillo, bastante lógico cuando tienes que cargarlo en el bolso junto al resto del kit de supervivencia en la gran ciudad. Entre los autores que más he visto repetirse (en mis arriesgadas investigaciones), aparecen algunos anglosajones como Mary Higgins Clark o Ken Follet, pero sobre todo autores franceses (ah la patrie!), Delphine de Vigan, Marc Levy, Amelie Nothomb...Vamos que muchas veces me encuentro con autores bastante conocidos por un gran público.
Pero de vez en cuando lees el nombre de un autor desconocido, y si tengo suerte y me acuerdo, lo busco enseguida al llegar a casa para ver si puede ser un nuevo nombre en la lista de libros pendientes. Así descubrí un libro que me ha gustado muchísimo y del que hablaré prontito por aquí, La Chambre des dames. Esta mañana sin embargo, ha sido otro el descubrimiento impactante. Sentado en frente mía, al subir en la estación de Saint Lazare, había un chico de no más de catorce o quince años; cuando el tren se ha puesto en marcha ha sacado su libro de la cartera y yo claro, no he podido dejar la oportunidad de cotillear. El chaval se ha puesto a leer Las ensoñaciones del paseante solitario de Rousseau.
Yo me he quedado mirándolo anonadada y me he dicho a mi misma: "Si hay jóvenes que leen obras de tales características, no todo esta perdido hija mía".
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