Edición francesa de la novela editada por Rivages. Lamentablemente no he podido encontrar ninguna edición en castellano. |
A principios de mes terminé uno de los libros que me traje de Nueva York; una edición bastante viejita y feúcha de Willa Cather living, a personal record de Edith Lewis.
Lo cierto es que cuando lo compré no tenía ni idea de quien podía ser Edith Lewis; pero los dos dolares que gasté en su concisa, íntima y emotiva biografía de Willa resultaron ser una de las mejores inversiones del viaje.
Son muchas las vivencias que Edith comparte en su libro: anécdotas de la niñez y juventud de Willa contadas en confidencia por la propia escritora, el tortuoso camino hacia el éxito literario, viajes, descubrimientos, pérdidas…la larga amistad que ambas compartieron es un caudal de recuerdos casi inagotable; pero, dado que yo acababa de terminar Shadows on the Rock, un episodio llamó especialmente mi atención, el viaje que Willa y Edith hicieron a Quebec en el verano de 1928.
Edith escribía a próposito:
"Desde el primer instante en que Willa se asomó por las ventanas de Frontenac y observó los tejados puntiagudos y las líneas normandas de la ciudad de Quebec, se mostró inquieta y hechizada, abrumada por una marea continua de reminiscencias; allí, aislado e intacto durante cientos de años, permanecía el espíritu francés original, una aparición milagrosa rodeada por un continente extraño".
Fue durante este viaje cuando Willa encontró la inspiración para escribir Shadows on the Rock, una novela histórica ambientada en el Canada del siglo XVII. En ella volvía a apropiarse de la experiencia de los pioneros europeos en el continente americano.
La acción se inicia en 1697 con la presentación de Auclide Auclair, sabio y respetado boticario y su pequeña hija Cécile. Ocho años han transcurrido desde el día en que ambos dejaron París y se instalaron en Quebec aprovechando la protección de su patrón y gobernador el Conde de Frontenac. Durante todo este tiempo padre y hija han sido capaces de construir un pequeño hogar y de granjearse el cariño de sus conciudadanos. Pero el aislamiento, los contratiempos y los peligros de una tierra todavía indómita provocan en Auclide el deseo de volver a la vida tranquila y civilizada de las orillas del Sena.
Pero si para el boticario esta aventura solo debe ser temporal, la pequeña Cécile no imagina tener que decir adiós al lugar donde ha crecido y al que ya considera su hogar.
Lo cierto es que cuando lo compré no tenía ni idea de quien podía ser Edith Lewis; pero los dos dolares que gasté en su concisa, íntima y emotiva biografía de Willa resultaron ser una de las mejores inversiones del viaje.
Son muchas las vivencias que Edith comparte en su libro: anécdotas de la niñez y juventud de Willa contadas en confidencia por la propia escritora, el tortuoso camino hacia el éxito literario, viajes, descubrimientos, pérdidas…la larga amistad que ambas compartieron es un caudal de recuerdos casi inagotable; pero, dado que yo acababa de terminar Shadows on the Rock, un episodio llamó especialmente mi atención, el viaje que Willa y Edith hicieron a Quebec en el verano de 1928.
Edith escribía a próposito:
"Desde el primer instante en que Willa se asomó por las ventanas de Frontenac y observó los tejados puntiagudos y las líneas normandas de la ciudad de Quebec, se mostró inquieta y hechizada, abrumada por una marea continua de reminiscencias; allí, aislado e intacto durante cientos de años, permanecía el espíritu francés original, una aparición milagrosa rodeada por un continente extraño".
Fue durante este viaje cuando Willa encontró la inspiración para escribir Shadows on the Rock, una novela histórica ambientada en el Canada del siglo XVII. En ella volvía a apropiarse de la experiencia de los pioneros europeos en el continente americano.
La acción se inicia en 1697 con la presentación de Auclide Auclair, sabio y respetado boticario y su pequeña hija Cécile. Ocho años han transcurrido desde el día en que ambos dejaron París y se instalaron en Quebec aprovechando la protección de su patrón y gobernador el Conde de Frontenac. Durante todo este tiempo padre y hija han sido capaces de construir un pequeño hogar y de granjearse el cariño de sus conciudadanos. Pero el aislamiento, los contratiempos y los peligros de una tierra todavía indómita provocan en Auclide el deseo de volver a la vida tranquila y civilizada de las orillas del Sena.
Pero si para el boticario esta aventura solo debe ser temporal, la pequeña Cécile no imagina tener que decir adiós al lugar donde ha crecido y al que ya considera su hogar.
Grabado de Quebec representando la ciudad en la época en la que transcurre la novela. |
Qué puedo deciros, Willa me desarma con su maestría, con su extraordinaria capacidad para describir personalidades y localizaciones, para reconstruir un retazo de historia y hacerla vivir ante nuestros ojos. Escribir novela histórica, o al menos una buena novela histórica no es fácil. No basta con vestir a tus personajes con ropa de época, subirles a un caballo y construirles una vivienda adecuada a los cánones. La historia debe nutrirse y descansar hasta en los más mínimos detalles: olores, sonidos, comidas y costumbres deben sustentar sus páginas; y eso es lo que consigue precisamente Willa.
Con puntual precisión no solo introduce episodios y personajes históricos que dotan de rigor su trama: como la fascinante aventura de "les filles du roi", los tejemanejes de la lejana corte del gran Luis XIV o la propia historia del Conde de Frontenac, uno de los protagonistas de la novela, sino que centra su atención en la vida cotidiana de la colonia: en los días de mercado, en el trabajo de botica con sus ungüentos y remedios, en las preparaciones para el largo invierno, cuando los habitantes de Quebec se proveen de leña y víveres suficientes hasta la llegada de la primavera; y como no en ese momento de octubre en el que se escriben apresuradamente las cartas que zarparán en el último barco que sale hacia Francia. Un barco que no volvería con nuevas noticias hasta bien entrado el mes de julio.
La ciudad vive al ritmo de la vida de sus personajes y es un personaje en si misma; y es que en las novelas de Willa Cather el paisaje, la tierra que habitan sus protagonistas lo es todo. Ella forja su carácter y decide sus destinos.
Así eran los barcos que cruzaban el Atlántico en los siglos XVI y XVII. |
Shadows on the Rock es un libro pausado y descriptivo, forjado al ritmo de las distintas estaciones y sus respectivos ritos. Una lectura que confirma el respeto y la admiración que siento por la escritura de Willa Cather.
Si todavía no le habéis dado una oportunidad, os animo a que leáis alguna de sus novelas sin ninguna hesitación; espero que encontréis en ella una autora a la que conservar con cariño en vuestras estanterías.
Un abrazo y muy felices lecturas a todos.
PD. Shadows on the Rock ocupa el año 1931 en mi Century of Books.
7 comentarios:
No he leído todavia a Willa Cather y creo que me vas a echar la bronca por eso ;) Con calma, iré poco a poco... ¿Por dónde me recomiendas empezar?
Éste me llama la atención y me ha gustado lo que comentas sobre lo difícil que es escribir una novela histórica porque sé que tienen que ser muy especiales para que te gusten.
Un beso.
Me gusta mucho Willa Cather, o al menos los dos libros que he leído hasta ahora de esta autora no me han decepcionado. Por lo que he leído sobre su vida creo que me encantaría que alguien tuviera a bien editar en castellano el libro de Edith Lewis (qué le voy a hacer, los idiomas no son lo mío...). Sospecho que será más fácil que lo hagan con Shadows on the Rock, aunque mientras afortunadamente tengo más libros de Willa a los que echarle el ojo.
Un abrazo
Willa me acompaña desde hace bastante tiempo, aunque con pequeños libros de Alba clásica. Tengo a "una dama extraviada", que me gustó muchísimo...
Los libros que nombras los desconocía (no "mi Antonia", ni "Pioneros", ni "para mayores de cuarenta"), sino estos otros que nos traes hoy, aquí...
Gracias, Maríe, porque leyéndote una se siente más despierta...sabes como trasladarnos de viaje, y...descubrir nuevos horizontes. Muchas veces te imagino en un barco, no sé muy bien por qué. Tal vez, por lo intensa que es tu vida en estos momentos.
Si no conoces Quebec, no dudes en visitarlo, es una ciudad muy curiosa...con elementos antiguos, y sintiendo que el río St Lawrance tiene también su lugar en una ciudad. Tiene como curiosidad, que algunos edificios están pintados, retratando escenas de otros tiempos...e incluso el actual. Se asoman a las ventanas pintadas personas que no imaginarías...Es una ciudad llena de vida, en especial en la parte antigua. Creo que cualquier viajante, se sentiría atraída por ella.
Quizá tiene ese punto de nostalgia que desvelan las novelas, pero también de descubrimiento. Allí hay mucho cuidado con no invadir, sino acoger culturas. Los indios están muy presentes en estatuas, y en lecturas y acontecimientos históricos.
Marie, como siempre, un placer leerte,...gracias por tan bella descripción del libro...Me gusta que nos cuentes, hasta el placer que sentiste al comprártelo, y descubrir que Willa estuvo contigo por las Nuevas Tierras...
Un abrazo grande, que tengas un día lleno de lecturas, de entre ellas, algunas que sean elegidas y no autoimpuestas por los estudios...Besos y suerte
No he leído nada de Cather, pero tengo Saphira y la joven esclava en casa y tengo muchísimas ganas de leerlo, y después de tu reseña aun más. Besos
Me he leído un par de libros de Cather y me he quedado con ganas de más.
Éste tiene una pinta estupenda; qué pena que no esté disponible en castellano!
Besos
PUes todavía no le he dado una oportunidad a esta autora pero desde luego me has convencido para dársela. A ver si tengo suerte en la biblio.
Besotes!!!
Todavía no he leído nada de Willa Cather, pero el pasado mes por fin trajeron a mi biblioteca Uno de los nuestros, así que empezaré con ella por ahí. Tengo el presentimiento de que va a ser una autora que me va a gustar ;)
Un beso.
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